Dimanche, salimos por la tarde, casi la noche. Ya casi había olvidado cuán hermoso podía ser el paisaje de Jistreg. Dimos la vuelta a la colina. Había campos de trigo verde aún cuyas espigas se mecían con el viento. Más allá, el verde de las matas de patatas contrastaba con el de los cerales primitivos bordeando los campos. Ya no quedaban más dientes de león. Al llegar a las viñas Mila se metió por una de la hileras y me sonreía de rato en rato. Cuando regresamos sentí casi pena por no comprender la naturaleza.
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