Como para todos, el divorcio entre Octavio y yo, fue más que difícil, fue horrible. Una de las partes más traumáticas que recuerdo fue la repartición de nuestras gallinas ponedoras. Octavio y yo creíamos entre otras cosas que era sano comer huevos caseros y compramos un pequeño corral e improvisamos un área ridícula de nuestro ya ridículo jardín, para este fin. Creo que uno de los motivos de nuestras fricciones fue quien limpiaba y alimentaba las gallinas. Sin olvidar el asunto de los gusanitos que tanto les gustaban a nuestras aves. Teníamos además, en pretérito, claro, el proyecto de instalar una compostera. Pero ahora que todo se acabó siento alivio. En el fondo no me gustaba pasar tanto tiempo con ellas. El tiempo que podía haber usado en redes sociales lo usaba sacando los huevos, limpiando excremento de gallina, dándoles de comer maíz importado. Como si fueran mis hijas. Las regalé. Espero que estén bien. Octavio se había quedado con cuatro y yo con tres, que injusticia. Desde entonces a Octavio, si alguna vez lo veo, ni lo saludo.
Durante 5 minutos la posibilidad de comentar queda abierta. Acribíllenme. Tiempo terminado. Ningún comentario.